por Marcela Carranza
“El niño que cabalga sobre un palo y se imagina que monta a caballo, la niña que juega con su muñeca y se cree madre, los niños que juegan a los ladrones, a los soldados, a los marineros, todos ellos muestran en sus juegos ejemplos de la más auténtica y verdadera creación.”
L.S. Vigoskii (*)
Tomamos el libro entre nuestras manos y no sabemos cuál es el inicio, por dónde empezar a leer. Porque la contratapa habitual que nos indica “la salida” ha desaparecido. Tenemos dos tapas, dos “entradas” al libro, ambas con el mismo título y autor, aunque invertidas, con diferentes colores y personajes. Un niño en una, una niña en la otra, sosteniendo en forma idéntica lo que imaginamos es “el trapito feliz”.
Nos decidimos azarosamente por una de las tapas e iniciamos la lectura de la historia de Pablo. Como en otros libros de Tony Ross el contrapunto entre la imagen y el texto genera el efecto humorístico. Esto se da especialmente cuando quienes hablan son los adultos dirigiéndose al niño. De este modo la tía Carlota reprende a Pablo señalándole que el trapito feliz le hace ver como un tonto, mientras en la ilustración ella luce atuendos y maquillajes que provocan risa inclusive al perrito de Pablo. El abuelo fumando una pipa de la que salen chispas y abundante humo dice a Pablo que llevar “esa cosa sucia a la boca” le hará daño, y su tío Sid le trata de bebé por jugar con un trapo mientras él parece muy entretenido con un avioncito de juguete. La contradicción entre las palabras de los adultos en el texto y “los hechos” narrados por la imagen produce un efecto de distanciamiento crítico no exento de ironía ante estos personajes y sus dichos. A cada página donde los adultos reprenden a Pablo se le opone una forma distinta en la que el niño juega con su trapito feliz. De este modo, para el niño su trapito es nave espacial entre las estrellas; barco pirata que navega hacia el mar Caribe; armadura para desafiar dragones.
En el parque un ruido espantoso dará lugar a la última transformación del trapito en alfombra mágica.
Se trata de una visión aérea de la escena. Hay texto por encima y por debajo de la ilustración. El segundo está invertido. Si queremos leer la otra historia, debemos comenzar de nuevo y dar vuelta el libro.
Nos encontramos con la misma portada, pero ahora la historia es de Lucy. El trapito feliz acompaña a Lucy a todas partes y la hace sentir segura, pero sus padres insisten en querer quitárselo. Papá y mamá no pueden ver otra cosa que un trapo sucio al que hay que arrojar a la basura o al lavarropas, mientras para Lucy el trapito es el gran oso gruñón que la cuida.
Lucy al igual que Pablo lleva su trapito al parque. Ambas historias y sus personajes confluyen en la misma imagen a doble página, donde efectivamente un aterrador oso blanco persigue a Pablo que huye en su alfombra mágica en el centro del libro.
El niño que juega es un creador, está construyendo un mundo en el que puede entrar y salir cuando se le antoje. Dentro de ese mundo producto de su imaginación el niño se siente dueño y señor. Para los pequeños cualquier objeto puede ser un juguete si se lo priva de su identidad habitual, de su utilidad. De este modo un trapito es una nave espacial, una alfombra mágica o un oso gruñón. A diferencia de los adultos de la historia de Pablo y Lucy, Tony Ross parece decidido a jugar él también como lo hacen los niños pequeños y nos invita a todos a participar del juego. El trapito feliz pone de manifiesto aquello que es evidente para cualquier niño, pero no tanto para los adultos: un libro es también un objeto. Un objeto que se manipula entre las manos, que se puede dar vuelta, girar, abrir y cerrar, oler, apilar, un objeto con el que se puede jugar, y por lo tanto, crear.
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(*) Vigoskii, L.S. La imaginación y el arte en la infancia (Ensayo psicológico). Madrid, Akal Ediciones, 1996. Colección Básica de Bolsillo Akal, Biblioteca de ensayo.
Material extraido de Revista Imaginaria N° 252 | 14/5/09
http://www.imaginaria.com.ar/?p=2737
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